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Competencias emocionales básicasParte 1: Introducción a la inteligencia emocional. Los exámenes utilizados para determinar el Coeficiente Intelectual se enfocan exclusivamente en la inteligencia intelectual o académica, sin considerar para nada la inteligencia emocional. Sin embargo, el coeficiente de inteligencia emocional (ce) parece ser mucho más significativo que el CI para predecir el éxito y la satisfacción en la vida de una persona. El estudio de la madurez emocional ha recibido mucha menos atención que el de la intelectual. Por eso, existen medidas estandarizadas que permiten revelar el segundo mucho más fácilmente que el primero. En este artículo, en dos partes, intentaremos corregir esta confusión entre lo mensurable (el intelecto) y lo importante (la emoción). Para ello es necesario definir, en primer lugar, "intelecto", "emoción" e "inteligencia". Intelecto es el aspecto de la mente que se refiere a los procesos cognoscitivos tales como la memoria, la imaginación, la conceptualización, el razonamiento, la comprensión (lógica) y la evaluación (racional). Emoción, es un estado sistémico de la persona que incluye aspectos fisiológicos, mentales, impulsivos y de comportamiento. Inteligencia es la capacidad para distinguir elementos en cierto dominio y operar de manera efectiva en base a tales distinciones. Por ejemplo, quien puede distinguir entre interés simple y compuesto, es financieramente más inteligente que quien no puede hacerlo. La inteligencia le permite al primero evaluar proyectos de inversión en forma más efectiva. Inteligencia emocional, de acuerdo con la definición de Daniel Goleman, es "la capacidad de reconocer nuestras propias emociones, para automotivarnos y administrar las emociones dentro de nosotros y en nuestras relaciones". También se define la inteligencia emocional como la "habilidad para controlar y regular las emociones y usarlas para guiar el pensamiento y la acción". El modelo de inteligencia emocional que proponemos se basa en cinco competencias emocionales básicas, aplicables a uno mismo y a los demás: conciencia, aceptación, regulación, análisis y expresión. Antes de "leer y escribir" (comprender y manifestar) el lenguaje de las emociones, es necesario aprender el alfabeto emocional: reconocer y distinguir las emociones fundamentales y entender su lógica interna y sus interacciones. Placer, dolor, amor Cada emoción ocurre como un polo del eje "placer-dolor". No hay emociones buenas o malas: cualquier emoción puede ser una oportunidad de crecimiento y cualquier emoción puede ser una fuente de sufrimiento. La felicidad y la efectividad en la vida no dependen tanto de la emoción concreta que se experimente, como de la capacidad que se tenga para elaborar esa emoción con inteligencia. La gente habla, sin embargo, de emociones buenas y malas. Es así porque los humanos, al igual que el resto de los seres vivos, tenemos un apego instintivo al placer y una aversión instintiva al dolor. Pero, como descubre todo pez enganchado en el anzuelo, el placer momentáneo de comerse la lombriz no lo conduce a su supervivencia. De la misma forma, a veces las emociones más dulces pueden atrapar a la persona en los estados de ánimo negativos más terribles.
Todas las emociones están basadas en alguna forma de amor, interés o valoración. El amor es la raíz principal de la que nacen el placer y el dolor. Si algo es insignificante para alguien, no producirá en él ninguna emoción; si algo es significativo para alguien, disparará en él una fuerte reacción emocional. El placer es siempre el placer de tener o conseguir algo amado o deseado; el dolor es siempre el dolor de no tener o perder lo que uno ama o desea. Lamentablemente, es imposible elegir qué emociones sentir y qué emociones reprimir. Las emociones vienen "en paquete". La opción que tenemos es elegir con qué intensidad está cada uno dispuesto a experimentar todas y cada una de las emociones.
Cuando uno honra cualquier emoción, placentera o dolorosa, en el fondo se está honrando a sí mismo. Cuando rechaza cualquier emoción, uno se rechaza a sí mismo. Al respetar las emociones, se abre la posibilidad de vivir con intensidad; al rechazar las emociones (generalmente por miedo a la pérdida, el dolor y el sufrimiento), se cierra la posibilidad de vivir con pasión. Quien quiere evitar sentir intensa pena, deberá restringirse a no sentir intensa alegría. Quien quiere evitar sentir intenso miedo, deberá restringirse a no sentir intenso entusiasmo. Dolor y sufrimiento "El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional", dice una frase popular. El ser humano es finito y vive entre objetos impermanentes sujetos a cambios constantes. Es imposible que en estas circunstancias uno no experimente el dolor de la pérdida. Desde la pérdida de los amiguitos del jardín de infancia al comenzar la escuela primaria hasta la pérdida de los compañeros de trabajo cuando uno se jubila; desde la pérdida de los dientes de leche a los siete años, hasta la pérdida de la salud a los setenta. Como seres humanos, estamos sujetos a la impermanencia universal. La característica más permanente de nuestra realidad es la impermanencia. Todo lo que existe se halla en un procesa continuo de cambio y transformación. Momento a momento hay situaciones que aparecen y situaciones que desaparecen; seres que nacen y seres que mueren. También uno, como todos los demás seres, nace, vive en un estado de cambio constante y muere. Por eso, cualquier apego o relación significativa implica una cierta cuota de dolor. Uno sabe que al final de un proyecto se separará de sus compañeros de equipo; que al final de su carrera laboral dejará su trabajo. Esta condición existencial del hombre, único ser consciente de su finitud, no puede sino causar tristeza y miedo. El sufrimiento es la reacción defensiva que cierra el corazón frente al dolor. Cuando uno no tiene un contexto trascendente en el cual interpretar al dolor, reacciona cerrándose a la experiencia, aferrándose al pasado y temiendo al futuro. La incapacidad de aceptar el dolor es la base de la excesiva aversión al riesgo. Mientras que la prudencia y la precaución son usos positivos del miedo, la timidez y la cobardía son formas negativas de temor. Cuando uno se sabe incapaz de soportar las pérdidas y el dolor, actúa con demasiada cautela, causando generalmente aún más sufrimiento del que pretendía evitar. En el ámbito del trabajo, por ejemplo, es necesario tener valor para emprender nuevos negocios. El espíritu empresario está basado en la capacidad de encarar desafíos; vale decir, en la capacidad para asumir el riesgo de perder algo que uno aprecia. La incapacidad de aceptar el dolor es también la base de la represión y la inconciencia emocional. Dado que el riesgo es una condición fundamental de la existencia, es imposible no experimentar emociones como el miedo o la tristeza. La única manera de no sentirlas es desterrarlas de la conciencia. Pero los pensamientos y sentimientos inconscientes son como una infección interna: invisibles y letales. La inconciencia emocional se manifiesta de dos formas: frialdad estoica (el robot) o explosión pasional (la bomba). A pesar de parecer opuestos, estos dos patrones de comportamiento son parte del mismo sistema. Al igual que una caldera sin válvula de escape, el estoico acumula presión hasta cruzar la "línea de peligro"; en ese momento se produce la explosión, o la implosión. Pasada la crisis, el estoico se siente avergonzado y generalmente se compromete aún más a mantenerse férreamente apartado de las emociones. Lo que el estoico (al igual que el alcohólico o el drogadicto) no comprende es que es imposible no sentir lo que uno siente; la única opción es trabajar con las emociones o desterrarlas de la conciencia. Esta segunda posibilidad es la que reinicia el ciclo de represión-explosión-represión. La forma de evitar el sufrimiento y mantener un control saludable sobre las emociones es darle la bienvenida al dolor. En vez de defenderse de él, uno puede aceptarlo, sabiendo que es una fuente de aprendizaje y expansión de la vida, para aquellos que saben recibirlo honorablemente. Vocabulario emocional básico Los pares de emociones básicas son: alegría y tristeza, entusiasmo y miedo, gratitud y enojo, orgullo 1 (comportamiento) y culpa, orgullo 2 (identidad) y vergüenza, placer y deseo, asombro y aburrimiento. Cada una de estas emociones tiene una interpretación generativa: una serie de hechos observados y pensamientos que le dan origen. Para comprender la emoción es necesario comprender su génesis en observaciones e interpretaciones. Estas percepciones y pensamientos pueden tener errores, por eso para medir la validez de la emoción -como disparador de la acción- es necesario analizarlas. De otra forma uno puede caer fácilmente en algunas distorsiones cognitivas. Cuando se experimenta una emoción válida –es decir, basada en opiniones (juicios) fundadas-, se incurre en una "deuda emocional". Como escribe David Viscott, para "saldarla" hace falta un "pago" en términos de acciones efectivas. Si uno paga, respondiendo conscientemente a las demandas e impulsos de la emoción, recibe un beneficio por responder: aprende su lección y sigue adelante con su vida. Pero si rehúsa pagar, relegando la emoción a la inconciencia, debe soportar el coste de no responder: la deuda comienza a acumular "intereses" y crece en forma exponencial. Si la deuda excede cierto nivel, uno cae en la "quiebra" emocional, un estado de ánimo negativo recalcitrante. Cada emoción tiene una demanda específica, relacionada con la situación que la origina. Al resolver saludablemente el desafío, la emoción fluye, se recupera un estado de paz interior. Al reprimir o evitar el desafío, la emoción se estanca y uno cae en un estado de ánimo negativo. Cada emoción presenta una oportunidad de trascendencia. Por ejemplo, aunque uno sabe que perderá la alegría condicional de tener, puede mantener la alegría esencial de ser y existir. O aunque uno siente el temor condicional de que sus habilidades no estén a la altura de sus desafíos, puede sentir la confianza esencial en sí mismo y su compromiso de hacer lo mejor que pueda. El apego a las emociones placenteras es directamente proporcional a la imposibilidad de disfrutarlas. Si uno está apegado al orgullo de ser visto como infalible, vivirá aterrado de cometer un error y tratará de evitar toda situación que pueda poner en peligro su imagen de infalibilidad. Este terror no puede sino empañar el sabor de tal orgullo. Si uno está apegado al placer de ganar, vivirá aterrado de perder y tratará de evitar toda situación que pueda poner en riesgo perder lo ganado. Este terror no puede sino empañar el placer de ganar. Como dijo el famoso psicólogo Jaques Lacan, "es imposible disfrutar verdaderamente de lo que se tiene (ya que este disfrute está siempre ensombrecido por la posibilidad de la pérdida); sólo es posible disfrutar verdaderamente de lo que se es".
Distorsiones cognoscitivas y emocionales Las emociones suelen presentarse con fuerza autovalidante. Cuando una persona se siente culpable, por ejemplo, cree que es porque hizo algo malo. Pero la verdad es que se siente culpable porque cree que hizo algo malo, no porque efectivamente lo haya hecho o porque lo que haya hecho sea malo. "Malo" es una opinión que depende de los criterios de quien opina. Por ejemplo, una situación corriente es sentirse culpable al decirle "no" a alguien. La culpa por este proceder parece estar sólidamente fundada, pero al investigarla con desapego, uno descubre que el mandato implícito "nunca le niegues nada a nadie para que no se sienta defraudado por ti", es sumamente peligroso. En los años formativos, aprendemos que para recibir atención y cuidado lo mejor es complacer a los adultos. A partir de esas experiencias, generamos inconscientemente la creencia de que "siempre hay que complacer a los demás" y, desde ese momento, tomamos esta creencia como un valor de vida. No es nada sorprendente, entonces, que sintamos culpa al declinar un pedido. Para actuar con inteligencia emocional, es necesario entender las emociones básicas y conocer sus historias generativas. Pero entender las emociones es sólo una parte de un sistema más complejo. Para actuar en forma efectiva hace falta completar ese entendimiento con una capacidad de análisis crítico y rediseño de la situación. Por ejemplo, uno puede disolver la sensación de culpa al darse permiso para frustrar a otros, cuando sus deseos no concuerden con los propios intereses.
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Pablo Buol
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